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Medina Azahara

Antes del redescubrimiento de Madīnat al-Zahra, la ladera donde se ubica el yacimiento era conocida como Córdoba la Vieja. Durante el Medievo, se creía que sobre este punto se alzaba la primera Córdoba romana, construida de manera rápida y provisional por el pretor Claudio Marcelo y luego trasladada a las orillas del Guadalquivir por motivos de salubridad. Esta creencia se basaba en la gran cantidad de piezas arquitectónicas esparcidas por los alrededores, restos que se multiplicaban al excavar un poco de tierra.

En el siglo XVI, los humanistas comenzaron a discutir sobre el verdadero origen de Córdoba la Vieja, pero fue en el siglo XVII cuando Pedro Díaz de Rivas sugirió que bajo el suelo no yacía una ciudad romana, sino el castillo musulmán de Abderramán III. A pesar de esta evidencia, el debate persistió. En años recientes, el yacimiento de Madīnat al-Zahra ha sido objeto de intensas labores de restauración para devolverle su esplendor perdido.

En el siglo XX, las primeras excavaciones oficiales comenzaron en 1911, despejando las dudas sobre lo que se encontraba bajo el suelo. Sin embargo, las excavaciones se vieron interrumpidas por la Guerra Civil. Se retomaron en 1944, destacando las realizadas por el arquitecto Félix Hernández, quien excavó una parte importante del alcázar y llevó a cabo importantes restauraciones.

En el siglo XXI, solo se ha excavado el 10 % del total del yacimiento, pero las nuevas campañas arqueológicas se centran en áreas no correspondientes al complejo palaciego, revelando hallazgos significativos. Las labores de restauración han sido destacadas, como la realizada en la casa de Yafar y en el Salón Rico.

La geografía del yacimiento, situado en las estribaciones de Sierra Morena, y su distribución en terrazas superpuestas, reflejan su planificación urbana jerarquizada. La arquitectura del lugar, construida sobre tres terrazas superpuestas, muestra una clara separación entre espacios públicos y privados, con una decoración exquisita que refleja el lujo cortesano.

El Salón Rico es considerado el símbolo del conjunto arqueológico, destacando por su fastuosa decoración y su importancia histórica. Otros elementos destacados incluyen la mezquita aljama y la casa de la Alberca. Las intervenciones en el Salón Rico han sido significativas, con fases de restauración que buscan preservar su esplendor original.

Contexto y Fundación.

En el año 750, la dinastía Omeya fue derrocada del Califato de Damasco por los abasíes, quienes instauraron su capital en Bagdad. Abderramán I el Emigrado, el único miembro superviviente de los Omeyas, huyó a Al-Ándalus y proclamó el Emirato de Córdoba en 756, independiente de Bagdad. Aunque Abderramán I nunca se autoproclamó califa, uno de sus sucesores, Abderramán III, lo hizo en 929, tras poner fin a la inestabilidad política del emirato, lo que marcó el apogeo político, social y económico de la España musulmana, convirtiendo a Córdoba en la ciudad más avanzada de Europa.

La fundación de la ciudad de Medina Azahara se remonta al año 936, cuando Abderramán III inició su construcción para concentrar el poder político del califato. La edificación comenzó bajo la dirección de Maslama ibn

Distintos gobiernos.

Los palacios de Medina Azahara albergaban a los allegados del califa, incluyendo un gran número de concubinas, mientras que los residentes disponían de un gran grupo de esclavos, entre ellos eunucos mayoritariamente de orígenes europeos. La ciudad también contaba con una sala de audiencias, conocida como el Salón Rico, así como edificios gubernamentales, talleres de artesanía que producían productos de lujo, viviendas para oficiales de alto rango y, en los niveles inferiores, mercados y distritos residenciales para obreros. Además, la ciudad tenía un gerente, un juez y un jefe de la guardia.

Durante el reinado de al-Hakam II, existía una biblioteca que albergaba cientos de miles de volúmenes escritos en árabe, griego y latín. Las mezquitas, incluyendo la mezquita aljama y otras de barrio, proporcionaban servicios religiosos. Los palacios estaban decorados con sedas, tapices y otros objetos considerados lujosos, muchos de los cuales eran fabricados en talleres oficiales y entregados como regalos, encontrando su lugar en colecciones de museos y catedrales cristianas.

Algunos historiadores, como al-Maqqari, describen en sus crónicas lujosos detalles de los palacios, como una sala abovedada que contenía una alberca de mercurio líquido, aunque esta ubicación no ha sido confirmada por arqueólogos.

El califato desarrolló una cultura en torno a los protocolos de la corte y la figura del califa. Se celebraban festejos y recepciones fastuosas para impresionar a los embajadores extranjeros, y se diseñaron rutas específicas para su llegada a la sala de audiencias del califa, rodeadas de jardines y fuentes con vistas a la ciudad y al valle. A pesar de que el califa se mostraba cada vez más distante en estos eventos, estos protocolos no evolucionaron hasta el punto de mantenerse oculto, como hicieron los califas fatimíes en África.

Durante el periodo de prosperidad del siglo X, varios miembros de la familia del califa o la élite enriquecida construyeron sus propias villas y palacios en zonas rurales alrededor de Córdoba. Esta tradición, que tenía sus raíces en las antiguas villas romanas, permitía distanciar a ciertos miembros de la familia del poder central de Medina Azahara, garantizando su lealtad con generosos sueldos.

Cuando al-Hakam II falleció en 976, su hijo Hisham II, quien tenía minoría de edad y ninguna experiencia política, fue sucedido. El poder político fue asumido por Ibn Abi Amir, conocido como Almanzor, quien ordenó la construcción de un nuevo palacio, Medina Alzahira, trasladando la sede de poder lejos de los antiguos palacios omeyas y confinando al joven califa Hisham II en el Alcázar andalusí de Córdoba. Este nuevo palacio, construido en tan solo dos años, rivalizaba con Medina Azahara y marcó el comienzo de la decadencia de esta última.

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