Situada junto al río en lo que hoy conocemos como la finca La Fábrica, el lugar no solo aprovechó la abundancia de madera necesaria para el carbón vegetal utilizado en la fundición, sino que también contaba con un cuarto secreto donde se llevaba a cabo el proceso de estañado, crucial para la producción de hojalata. Con una plantilla de 200 obreros, la fábrica destacó por su innovación tecnológica, atrayendo incluso técnicos especializados desde Alemania, quienes operaban bajo la dirección de los ingenieros suizos Pedro Menrón y Emerico Dupasquier.
La llegada clandestina de estos técnicos desde Alemania, ocultos en barriles debido a las restricciones de salida impuestas por su país, es un episodio memorable que resalta la intensa competencia industrial de la época. El transporte de la mercancía se realizaba con camellos, preferidos por su eficiencia y capacidad superior de carga respecto a burros y mulos, enviados específicamente por el Gobierno de Madrid para apoyar esta empresa pionera.
Sin embargo, a pesar de su innovación y éxito inicial, la fábrica no pudo sostenerse frente a la dura competencia de las industrias en Asturias y el País Vasco, y eventualmente cerró sus puertas. Hoy en día, esta histórica propiedad privada es testigo silencioso de un pasado industrial que marcó profundamente la historia y el desarrollo de la región de Júzcar, manteniendo viva su memoria a través de las crónicas y la nostalgia de tiempos de innovación y esplendor industrial