Esta obra se ha relacionado con Hernán Ruiz II, aunque su dilatada realización supuso la intervención de otros maestros, incluyendo a Juan de Ochoa en etapas más tardías.
La construcción de la nueva iglesia comenzó en 1559 y treinta años después aún estaba a medio construir. No se completó hasta el siglo XVII, correspondiendo a esta última fase la construcción de la fachada, la torre y la portada. Dada la cronología, no se eligió el estilo medieval que se mantuvo vigente hasta el siglo XVI. Con un espíritu más tridentino, se prefirió para el templo una disposición que permitiera una mayor unidad espacial y, consecuentemente, mejor visión y audición, concibiéndose como una gran nave con capillas laterales alojadas entre los contrafuertes.
El amplio interior de cantería de la iglesia ha perdido mucho con la desaparición de la primitiva bóveda y la cabecera en forma de exedra semicircular. No obstante, el interior sigue siendo embellecido por las bellas portadas del Seiscientos que se conservan en las entradas de algunas capillas.
El exterior de la iglesia es muy espectacular, con la larga galería jalonada lateralmente por una apretada sucesión de contrafuertes, evocando un templo gótico catalán. A los pies, la fachada desnuda se remata con un gallardo cuerpo de campanas muy clasicista, estructurado mediante el esquema de la Serliana: un vano de medio punto acompañado de otros adintelados, articulados por pilastras toscanas. Esta disposición se asemeja al campanario de la torre de la catedral de Córdoba y, sobre todo, al de la iglesia de San Juan Bautista de Hinojosa del Duque, justificando la atribución a Juan de Ochoa como autor del proyecto. La torre permanece inconclusa, ya que el proyecto original contemplaba un piso más de altura.
Bajo la torre se abre un profundo nicho que cobija la portada, distinguida por su noble composición. Una pareja de columnas jónicas soporta un frontón curvo roto con pequeñas volutas, convirtiendo a la iglesia en una importante muestra de la arquitectura cordobesa entre los siglos XVI y XVIII.
Entre los singulares privilegios de que goza esta iglesia, merece mención especial el jubileo concedido por Pío IV el 15 de mayo de 1564, a petición del belalcazareño Fray Miguel de Medina durante su estancia en Roma. En virtud de este privilegio, se alcanzan las mismas indulgencias y gracias espirituales que durante el Año Santo se obtienen visitando la Ciudad Eterna, con la particularidad en favor de Belalcázar de poder alcanzar dicho beneficio durante dos días de cada año: la Asunción de Nuestra Señora y la Dedicación de San Miguel.
Adultos
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Niños (3-7años)
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-2 años
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