Atribuido a San Vicente Ferrer. Según cuenta la leyenda, un Domingo de Ramos, en el transcurso del sermón de la misa que oficiaba el Santo, éste se da cuenta que una judía no prestaba la debida atención e incluso gesticulaba en desaprobación. Al mirarla el Santo, la puerta de entrada del templo se derrumba sobre la mujer, falleciendo en el acto. Acudiendo a socorrerla, el Santo la alza por la mano, volviendo a la vida. Tras el suceso la mujer se convierte a la religión cristiana.
Cuenta la leyenda que en una madrugada de febrero de 1436 en la persona del joven Antón de Arjona, al que, en una aparición, encomendó la tarea de advertir a las autoridades locales de los pecados y vicios que se cometían contra Dios Nuestro Señor, amenazando con una epidemia de peste si éstos no se corregían. Para que en su encargo tuviese credibilidad, le anudó los dedos de la derecha mano y le ordenó que se organizara una procesión con las jerarquías religiosas y civiles y todo el pueblo al convento de Santo Domingo y San Pablo, de la orden dominica y allí, después de la Santa Misa, a la vista de todos, pasó la mano por una cruz, desatándosele los dedos y quedando sana la mano.
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